Paper #21

Ecos de una puerta en la llacuna

Por
Marta Peris y Josep Ferrando
Joan Pascual Argenté, obras y proyectos 1974-2019. UPC
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Fotografía, Joan Pascual

En la carta imaginaria que Joan Pascual escribe al profesor Zumthor cuenta cómo un pequeño edificio de nueve viviendas, situado sobre el trazado de una casa asentada sobre una muralla, mantiene la memoria del lugar. La familia que antaño habitaba la casa permitía a los vecinos del pueblo atravesar el taller y el establo de su planta baja como atajo que conectaba una gran plaza con los campos agrícolas y los huertos extramuros. Tal generosidad arraigó una costumbre que se mantuvo durante tanto tiempo que ya formaba parte del imaginario colectivo de los 500 habitantes del pueblo en otra época amurallado. La primera decisión de Eduard Calafell i Joan Pascual, este último oriundo de la población, fue conservar unos muros de piedra de la antigua muralla, que sobrevivieron en ruinas, y mantener dicha conexión mediante un pasaje. Al disponer la escalera comunitaria abierta a este espacio se consigue, más allá de mantener la servidumbre, dotar el paso público de una dimensión vertical, capaz de conectar visualmente la plaza con el paisaje exterior. Tal escisión coincide, además, con una parcela que articula la edificación que envuelve la esquina oeste de la plaza. Mientras  el espacio público fuga por las otras tres esquinas de la plaza, aquí el vacío urbano se filtra a través del edificio. Así, el vacío pasante no solo soluciona el paso sino que concilia dos alineaciones, tanto en planta como en sección, pues también confluyen dos cornisas de alturas distintas con una planta de desnivel. Se trata, por lo tanto, de un proyecto de cosido urbano con una fuerte componente geométrica, dada la irregularidad de la parcela.

 

Arcos

La escalera, que en los bocetos previos se desarrollaba en dos tramos, acaba construyéndose de un solo tramo para evitar rellanos intermedios que interceptaran el paso a la mirada. Con el mismo fin se vacían las contrahuellas de los escalones y se evitan barandillas mediante paños de vidrio que van de forjado a forjado. Así el conjunto de la escalera permite filtrar la vista del paisaje a contraluz. Desde la plaza, un arco de medio punto, peraltado sobre un pilar de madera, genera un hueco a doble altura que recuerda las puertas de la muralla medieval y proporciona una escala pública al paso. Vale la pena detenerse en este punto de la fachada, no solo por tratarse del más singular y expresivo del conjunto, sino porque a través de este elemento entendemos la clave de la sutil intervención. En lugar de que la parcela resuelva en un único pliegue la inflexión del cambio de alineación, a partir de la primera planta la fachada vuela achaflanando la esquina cóncava de la plaza. Al desdoblar la esquina en dos aristas, dos pliegues de ángulos más suaves, como si de un juego de papiroflexia se tratara, aparecen solapes y sombras que despegan el forjado de la escalera de la piel envolvente, dotando al hueco de la doble altura. El arco se recorta al intersecar con la fachada, que se prolonga más allá del pliegue recogiendo la sombra arrojada curvilínea. Así la envolvente laminar y doméstica adquiere una profundidad a través de la sombra que construye una oquedad abstracta capaz de evocar las puertas de la muralla medieval. 

Arco
Fotografía, Joan Pascual

Fuera muralla, la volumetría se retranquea justo en el pasaje para desdoblar la alineación de manera que la nueva fachada encalada blanca se despega y pone en valor la esquina de piedra recuperada. El pasaje aprovecha la desalineación para desbordar la volumetría con tres peldaños que señalan el paso público. Al confluir el pasaje con la escalera de vecinos se invita a prolongar el recorrido hasta la última planta, donde una terraza comunitaria, bajo un porche en sombra, ofrece vistas privilegiadas a modo de mirador. Dos grandes sombras protagonizan el alzado. Dos grandes porches polarizan los recorridos en el edificio. Tras la fachada intuimos un vacío comunicante que se manifiesta en una pequeña ventana, cuadrada en el alzado este y otra redonda en el oeste. Rodeadas por un gran paño macizo, estas aberturas se desligan del ritmo de ventanas restantes para adquirir presencia propia. Se adivina desde fuera que no pertenecen a ninguna casa. Pertenecen al edificio. Pertenecen a la escalera, al espacio vecinal, que no precisa tanta luz ni ventilación; que solo atiende a la mirada, enmarcando dos elementos del paisaje: las torres de vigilancia del entorno. Comprobamos que, en el gradiente de espacios intermedios para acceder a las viviendas, los vecinos se relacionan de distinta manera con el entorno; mediante grandes ventanales que se abren a la plaza y al camino en planta primera, con pequeñas ventanas-cuadro en planta segunda y con la línea del horizonte montañoso que discurre paralela entre las dos cornisas que rematan el edificio.

Secuencia plantas

Este vacío, que se traduce en fachada, actúa en la composición global del alzado a modo de bisagra, puesto que tanto conecta como separa. Por un lado, la sombra del porche de la última planta otorga grados de libertad a la planta, ya que al desligar la cubierta del pliegue de la fachada se produce un solape, una superposición de alineaciones. En el plano de emplazamiento, en lugar de que la cubierta se articule en la bisectriz de la parcela, se aprecia cómo el tejado de Cal Balada se extiende para abrazar la terraza que cose con la cornisa de Cal Massaguer. Vemos, pues, que las sombras solapan elementos cosiendo alineaciones, pero a la vez se desligan los órdenes de las fachadas vecinas. Así, el edificio puede tejer continuidades con las parcelas lindantes sin que entren en conflicto entre sí. No extraña, entonces, que en un lado aparezcan balcones y un ritmo casi mimético de ventanas, mientras que en el otro la fachada carezca de elementos volados y siga otra pauta de aberturas. Distinguimos a este lado, en vertical, un ritmo distinto de ventanas que diferencia las plantas como respuesta al programa interior: tres ventanas más pequeñas en las habitaciones y dos mayores en las zonas de día. Uno se pregunta entonces si la reversibilidad en ese punto de la planta, orientada este/oeste, no está respondiendo a una decisión de fachada o a un requerimiento interior: al reconocimiento de que a partir de cierta cota es mejor la vista extramuros que la de la propia plaza. Vemos, por tanto, que la composición de fachada responde así a una negociación entre el interior y el exterior, entre las exigencias del programa, las imposiciones que se fija el arquitecto desde dentro y los requerimientos externos del contexto, logrando un equilibrio que esquiva el pintoresquismo para integrarse en el lugar.

 

Cabe señalar que en el plano de la fachada no aparecen cotas numéricas ni altura reguladora, sino notas que especifican el cosido preciso con los edificios vecinos con nombre y apellidos: “Coberta enllaçant com a element de transició”. Se refiere a una precisión contextual, no numérica. Ante esta actitud, cuántas veces habremos escuchado que condicionar la intervención a vecinos de una vida acotada y temporal carece de sentido. Pues yo diría que si esa fuera siempre la actitud de todo arquitecto, entender que toda intervención es un relevo más que un punto de inflexión, sin duda seríamos más capaces de reconocer, en las huellas que unos proyectos imprimen sobre los siguientes, la memoria del lugar. Una memoria abstracta que atiende más a relaciones que a formas y que se va renovando a través del tiempo sin bruscas fracturas ni discontinuidades.

 

Pero quizá el rasgo más rastreable en la producción de Joan Pascual, posterior a esta obra temprana junto con Eduard Calafell, será el tratamiento del vacío como instrumento de proyecto. En la planta primera las viviendas simples y pasantes, que se pegan a las medianeras, organizan su distribución interior según una única dirección que es perpendicular al perímetro de la envolvente. En la planta principal de la tipología dúplex, que ocupa el centro y absorbe la inflexión, ambas direcciones conviven siendo la sala de estar el vacío que articula el encuentro entre ambas geometrías. Sin duda el punto más difícil, allí donde confluyen ambas direcciones, se resuelve muy hábilmente disponiendo una escalera de trazado curvo que actúa como rótula. 

muralla
Fotografía, Joan Pascual

Cabe revisar este punto de articulación en una fase previa del anteproyecto para deducir las dudas a las que se enfrentaron los arquitectos durante el proceso de proyecto: dónde concentraron su búsqueda, más allá del programa funcional. Por un lado, se observa cuánto se complica la geometría cuando la fachada que vuela sobre el acceso no es paralela a la envolvente extramuros, pues en este paso intermedio en cada planta cambia la dirección de la medianera que separa la vivienda de la pasarela. La falta de coincidencia de esta medianera en todas las plantas resta claridad a los espacios comunes y arrastra problemas en la geometría interna de la vivienda, en la resolución de las cocinas. Todo se simplifica en el proyecto construido cuando se busca ese paralelismo y se reduce el número de direcciones internas. También cambia la escalera interior de los dúplex que en esta fase era de caracol, completamente circular, encerrada entre muros generando así un recorrido autónomo e ensimismado, y leída como espacio servidor, junto con el baño y la cocina. Sin embargo, en la versión final los espacios servidores se pegan a la otra medianera desligándose de la escalera. Esta asume un trazado helicoidal que busca tangencias y continuidades con la envolvente de la vivienda, de manera que la escalera privada y la comunitaria se engarzan en un único elemento que articula a su alrededor la pasarela. Como si un recorrido que no distinguiera lo privado de lo comunitario fuera capaz de reseguir en continuidad la secuencia de espacios que median entre la calle y la sala. Se produce en este punto del proceso un cambio conceptual: la escalera deja de encerrarse en la franja de espacios servidores para abrirse e incorporarse al espacio servido: el vacío de la sala.

 

Es precisamente en las plantas de acceso a los dúplex, la primera y la tercera, ocupadas por la zona de día, donde el recorrido a través del vacío de la sala conduce a dos puntos singulares del edificio: una galería volada en planta primera y un porche en sombra en la terraza de la planta tercera. Se trata de un juego de llenos y vacíos que dan carácter a la fachada y dialogan con el entorno. Así, cuando el arquitecto decide la agregación de tres viviendas por rellano, dos simples y un dúplex, está proyectando a la vez la planta, el alzado y la volumetría. Lo que desde el exterior sorprende en un edificio de vivienda colectiva, puesto que al no repetirse en cada planta parece una excepción, es la sutil bow window, que responde claramente a la planta y a la agregación en dúplex. Si en lugar de cerrar la bow window con una liviana cubierta inclinada de vidrio se hubiera prolongado el forjado superior a modo de vuelo, la lectura de este elemento sería bien distinta. El volumen dejaría de leerse como la piel del vacío, como si la mirada al superponerse al desplazamiento del cuerpo fuera capaz de abombar la fachada desde el interior para generar una ventana mirador.

 

Desde un punto de vista lejano también se reconoce en la volumetría el cosido urbano que apreciábamos en planta y sección. La continuidad de la cubierta inclinada que empalma con precisión con el edificio vecino, el cambio del formato de huecos que atiende a las variaciones de ventanas que estratifican las fachadas del conjunto, y la cadencia con que aparecen esos puntos singulares, que reducen la escala del edificio de vivienda colectiva, dan cuenta del amplio espectro de constricciones que se autoimpusieron los arquitectos. Una obra sencilla, de humilde materialidad, la que correspondía en el contexto de casas encaladas blancas, pero que teje sutiles relaciones con el lugar que le otorgan una complejidad menos evidente.  

Fachada trasera

 

Entre las dos versiones de proyecto hay algo más que un cambio en planta o en la manera de interpretar la escalera. En la primera, el arquitecto ordena la planta, en la segunda la habita. En la segunda versión el arquitecto visualiza, a cada trazo que avanza el lápiz, un recorrido virtual por el edificio que se erige en promenade architecturale, una coreografía para enlazar vistas y situaciones que refleja hasta qué punto se proyecta desde el interior de la cáscara habitable y hasta qué punto el arquitecto puede convertirse en  el primer habitante. 

Muralla La llacuna
Fotografía, Joan Pascual

A partir de aquí, si miramos en profundidad la producción posterior de Joan Pascual, no tardaremos en ver y en reconocer en muchas de sus obras, tanto si se trata de vivienda colectiva como si no, numerosas promenades architecturales que vacían los edificios como ecos de esta puerta en La Llacuna. A veces, estos recorridos buscan continuidades entre el vacío urbano que genera la propia volumetría y el comunitario, como en el conjunto de viviendas de Trinitat Nova o en el de Sant Andreu de la Barca, donde las circulaciones y la envolvente quedan vinculadas, trabadas al vacío. Otras veces, en lugar de aterrazar el edificio siguiendo las curvas de nivel, se excava la topografía para que también el vacío se integre en el paisaje, como en Teià. En otras ocasiones, la volumetría se vacía para dar una escala más humana al edificio y dialogar con el grano del tejido urbano del entorno, como el edificio de viviendas del paseo Valldaura. Otro rasgo diferencial del arquitecto es desafiar planeamientos urbanísticos buscando encajes volumétricos que cuestionan alineaciones para articular el espacio urbano, en lugar de confinarlo en manzanas cerradas como en Ripollet.

Todo un conjunto de distintas estrategias que trabajan la forma urbana con un mismo fin: encontrar esa línea de equilibrio entre las solicitaciones internas y las condiciones externas del lugar. Igual que de los grandes cineastas se suele decir que siempre hacen la misma película, se trata de variaciones, que no repeticiones, de un mismo proyecto que reverbera una y otra vez en la sólida obra de Joan Pascual.

Llacuna